Regar será la actividad que más realizaremos durante todos los meses que dure nuestro cultivo de marihuana. En principio puede parecer algo muy simple y que sólo se traduce a echar agua a la tierra, pero hacerlo correctamente y sobretodo hacerlo cuando debemos, puede que sea el gesto más pequeño y que más agradezcan nuestras plantas. Además tenemos que tener en cuenta que el cannabis es una especie que consume grandes cantidades de agua durante su ciclo, por lo que conviene hacer hincapié en la mejor técnica y que os explicaremos a continuación.
Empezaremos explicando que la marihuana no es una planta a la que le guste un flujo continuo de agua salvo en cultivos hidropónicos, por lo que nos encontramos con el primer error de muchos cultivadores, que es regar con poca cantidad de agua varias veces al día. Lo ideal es siempre encharcar completamente todo el sustrato para que todas las raíces reciban agua y no se creen zonas secas.
A la hora de regar, usaremos aproximadamente 1/4 de agua del total de la capacidad de la maceta, es decir que para una maceta de 10 litros usaremos unos 2,5 litros de agua, para una de 3 litros 0,75 de agua y para una de 40 litros unos 10 de agua.
Debemos regar siempre poco a poco, de lo contrario es muy fácil que todo el agua se nos escape por el drenaje sin llegar a mojar el sustrato. Ésto se debe a que la tierra al secarse se va compactando y endureciendo, creando huecos por los bordes de la maceta por donde fluirá el agua de riego. Por éso tenemos que echar un poco de agua a cada maceta, esperar a que se hidrate y expanda el sustrato, para volver a añadir más agua y así hasta su totalidad. Cuando comienza a salir algo de agua por el drenaje de las macetas, ya será suficiente hasta la próxima vez.
Un buen truco para facilitar el riego, es añadir una gota de lavavajillas ecológico al agua, con lo que se conseguirá romper la tensión superficial y así se facilita el poder de penetración.
Los sistemas de riego automáticos como goteros o aspersores, nos facilitarán la tarea a la hora de regar y nos ahorrarán bastante tiempo, los que podremos optimizar con un programador lo que también nos permitirá desentendernos de las plantas varios días o incluso semanas con la tranquilidad de que nuestro cultivo estará perfectamente abastecido de la tan necesaria agua.
Pues cuando la planta lo necesite. Ya comentamos que a la marihuana no le gusta tener siempre el sustrato húmedo, así que debemos regar cuando la humedad del sustrato baje hasta aproximadamente un 15-20%. Tranquilo, ésto lo comprobarás fácil escarbando un poco la superficie del sustrato y comprobando que los dos primeros centímetros están secos. En macetas de pequeño tamaño, puedes alzarlas y comprobar al peso la cantidad de agua que le queda. Una maceta recién regada pesará como si estuviese llena de agua, por el contrario si apenas tiene agua no pesará casi nada. Con un poco de práctica no tardarás en ver cual es el mejor momento.
Preferiblemente regaremos a primera hora del día para que comience llena de energía. Evitaremos en la medida de lo posible regar de noche, ya que apenas hay actividad radicular para empezar a consumir agua, por lo que las raíces pueden llegar a sufrir algún problema. Además que en floración, hará que suba la humedad ambiental sobretodo en cultivos de interior con el consiguiente peligro de hongos.
En exterior evitaremos regar a pleno sol salvo que sea necesario, pero debemos ser previsores y regar preferiblemente a primera hora como ya hemos comentado.
Un error muy grave que comenten algunos cultivadores, es dejar que el sustrato se deshidrate completamente e incluso la planta empieza a mostrarse lacia por la falta de agua. Las raíces más grandes pueden soportar este estrés hídrico, las más pequeñas morirán y la planta crecerá más despacio mientras trata de reparar todo ese sistema tan vital de raíces secundarias, así que procura no llegar a este límite.
Muchos cultivadores no reparan en ésto y es muy importante. Se piensan que en pleno verano nada le puede sentar mejor a nuestras plantas que un buen riego con agua muy fría y es de las peores ideas que se pueden tener. El agua sufre cambios en su composición a diferentes temperaturas, como por ejemplo en la concentración de oxígeno además de problemas de asimilación de nutrientes.
Intentaremos en la medida de lo posible y tanto en invierno como en verano, el agua de riego esté en torno a los 18º y 25º. Será más fácil hacerlo en verano que en invierno, pero sin duda nuestras plantas lo agradecerán con mejores tasas de crecimiento y floración.
El pH es el indicador de acidez del agua y debe estar en torno a 6.0 en crecimiento y 6.5 en floración para que todos los nutrientes estén disponibles para la planta. Debemos controlarlo con un medidor de pH y asegurarnos siempre que esté en esos valores recomendados. Con un poco de experiencia, podrás ajustarlo para unos resultados óptimos, ya que cada fase de cultivo y variedad puede aceptar unos valores distintos a otras.
La EC o electroconductividad, mide la concentración de sales disueltas en el agua. La EC ideal si partimos de agua corriente, sería de 0,40. Debemos tener en cuenta que en el agua corriente, casi la totalidad de sales con calcio y magnesio. Un agua blanda o con baja EC tendrá una concentración mínima de Ca y Mg, mientras que un agua dura tendrá una gran cantidad de sale de Ca y Mg. Así que ni muy dura para bloquear las raíces ni muy blanda para padecer las típicas carencias de estos dos nutrientes tan vitales.
Si el agua que usamos es muy blanda, podremos usar algún suplemento de Calcio y Magnesio, mientras que si es muy dura, quizá por la salud de las plantas y por la nuestra propia nos convendría instalar un filtro de osmosis. Ya sabemos que las aguas duras son dañinas tanto para la salud como para electrodomésticos como lavadoras o lavavajillas.
Con todas estas pequeñas pautas muy fáciles de seguir, tendrás más probabilidades de que tu cultivo goce de una extraordinaria salud, aunque como ya sabes no sólo de la calidad del agua y de unos buenos hábitos de riego depende el éxito final.